Hace unos momentos estaba en mi casa, pensaba, durmiendo a lado de Parker, y un par de horas más tarde me preguntaba por qué no decoraban el techo del hospital. ¿Por qué no lo consideran? Si tantas personas viajan por estos pasillos boca arriba, habría que reproducir imágenes agradables, tener las lámparas limpias, ya no digo arregladas, sino limpias, porque seguro que esto mejoraría el estado del enfermo, sólo grietas sin reparar y el blanco amarillento que da el tiempo es lo que uno ve cuando viaja en la camilla boca arriba, imágenes deprimentes, creo que esa imagen es tan fuerte y se fija en el subconsciente que casi estoy segura que es la “luz” que la gente describe cuando se va. Lámparas viejas, grietas de humedad y reparaciones de goteras, fue lo que vi mientras me trasladaban en la camilla destartalada, aunque no tan destartalada cómo la silla dónde me recogió Parker, con un mecate atravesado para poner los pies , alguien se había dado a la tarea de hacer que esa silla volviera a sus funciones de trasladar enfermos, aunque, otro alguien, olvidó ponerle aire a la llanta derecha, o tal vez, en la premura del tiempo Parker buscó y tomo una silla inservible, pero nos sacó la risa y la ironía en un momento de tensión “Bienvenida al seguro social”. Me acababa de desmayar por segunda vez en la sala de rayos-X, la primera había sido en la casa.
Creo que uno, después de todas las drogas que te inyectan para estabilizarte, puede pasar un buen momento viendo el techo, a mí ya no me importaba si se me veían o no mis gracias femeninas, pero varias veces me advirtieron que bajara las piernas, según yo, lo traía bien tapado, aunque ahora a la distancia creo y es muy probable que no. Atrás de mí venia él, cargando mi bolsa y con ansias de fumar un cigarro, me iban a operar de emergencia y no sabíamos porque, ni de qué. La vida se te va en un instante, si uno supiera en que día y hora morirá probablemente disfrutaríamos más de ella. Se tratarían de evitar disgustos y comprender un poco más a la gente, y quizás, disfrutaríamos más del tiempo que nos queda. Paradójicamente lo único seguro que tenemos en la vida es la muerte, sin día, hora o lugar.
Embarazo ectópico, fue lo que dedujo que tenía el director de urgencias, no estaba seguro, pero yo tenía una panza hinchada como de cuatro meses de embarazo, un retraso de 5 días y una conducta que le daban la razón. Y yo que pensaba que me había empachado con la botana y la cerveza. La radiografía además de visualizar las varillas de mi brassier dejaba ver unos grumos que al parecer eran coágulos de sangre. Me estaba desangrando por dentro y por ello me estaba desmayando.
Tenía la presión en 20, me desvistieron, me hablaron bonito y me inyectaron. Llegaron los doctores que olían bien, las enfermeras que estaban alertas a mis reacciones, y yo me deje, me preguntaban y yo contestaba, los calmantes hacían efecto y me soltaban más la lengua y más el cuerpo, hasta que mi presión subió a 80 dejaron de tocarme y preguntarme. Me dejaron en bata y le permitieron a Parker que me viera, éste traía cargando mi bolsa y mi ropa. ¡No vayas a perder mis chones guárdalos bien! Le dije.
A Parker no lo dejaron entrar conmigo, lo deje en el pasillo cargando mi bolsa y la agonía de no saber de mí en las próximas 4 horas y fumarse algunos cigarros. Así qué con los efectos de los tranquilizantes me hicieron firmar las cartas de responsabilidad que no pude leer, y, si las leí, no recuerdo ni una palabra de lo que decían. Entonces me sentí drogada, en bata, y sola.
Yo no vi ni luces, ni a nadie de la familia, ni a conocidos o a Pedro Infante vestido de blanco dándome la bienvenida, el cerebro continuó funcionando cuando mi corazón se paró, tal vez fueron unos segundos, porque recuerdo que el médico me presionó y se recargo en mi pecho. Estaba demasiado anestesiada, pero al terminar y agradecer al doctor fue él quién me dijo: ¡No tiene por qué darlas, sí ya se nos andaba yendo! Nos metió un buen susto . Mientras me decía esto, el otro doctor cosía mi panza con mucho esmero o al menos eso parecía. Yo era la última operación después de un fin de semana.
Yo creo que ha sido el día más largo de mi vida, porque para la una de la tarde yo ya estaba compartiendo el cuarto con otras 3 mujeres. Dormité, después desperté y pude ver a Parker que continuaba asustado al igual que yo, me explicó que me habían sacado un quiste hemorrágico y cosas que el doctor le había dicho. En esas horas que no supo de mi le habló a mis papás, a mis amigos y se peleó con los de la puerta.
Digo que fue el día más largo que he sentido porque, a las siete de la noche yo creía que tenía más de un día en el hospital y fue mi necedad con el interno y la enfermera en turno lo que me valió ser merecedora de un poderoso tranquilizante que me permitió dormir, olvidar el dolor e ignorar la serenata nocturna del pasillo de maternidad.
Al día siguiente llegó mi madre, con un semblante tranquilo a pesar de haber viajado ocho horas con la incertidumbre de que su hija había sido hospitalizada de emergencia y un insomnio a consecuencia de saber que le faltaban otras 10 horas para entrar a la visita. Como cualquier madre devota me encontró a la distancia, cuando llegó a mí me beso y la bese como siempre lo hemos hecho, muchos te quiero y besos ruidosos, sin importarnos las miradas de los otros.
Ahora puedo contarlo, a diferencia de mis compañeras de cuarto yo no salí ni con niño ni con quiste y con un ovario menos sólo con una rajada de 20 centímetros en el vientre, una cara hinchada por los 7 litros de suero y una incapacidad que no pude cobrar.